Algunas veces, por razones varias, se producen distanciamientos entre las personas. Evitable o inevitablemente llega un momento (aunque no siempre) en el que dos personas espacian los momentos en los que se ven y hablan, y pasan de ser frecuentes y de prolongarse durante horas a ser cortos y espaciados.
La verdad es que me ha pasado varias veces y, aunque algunas veces ha resultado positivo, la mayoría de las veces no. Sí, es cierto que, cuando son para bien, estos distanciamientos me permiten reflexionar, darme cuenta de los errores que he podido cometer y, sobretodo, de recapacitar; de ceder, de dar un paso atrás y de poder estrechar los lazos que se habían roto por alguna razón o apretarlos más fuerte, para no dejar que se suelten definitivamente. Sin embargo, muchas veces, y sobretodo cuando son distanciamientos involuntarios, se produce un enfriamiento. Un enfriamiento que no me gusta nada, porque aquí el tiempo va en nuestra contra. Va separándonos y, cuanto más pasa, más difícil es retroceder y volver a la normalidad.
Cuando por fin se vuelve a establecer el contacto (si es que se vuelve a establecer), caes en la cuenta del abismo que os separa. Parece mentira que muchas veces nadie ponga de su parte para retomar el contacto a tiempo y, no obstante, es cierto que esto pasa. Poca gente está dispuesta a dar el primer paso. Por orgullo, por miedo a que vuelva a ocurrir lo mismo... por unas cosas o por otras, la distancia va aumentando hasta que llega un momento en el que se pasa a ser como casi desconocidos. Y cuesta... la verdad es que cuesta volver a estar como antes. Cuesta recuperar el tiempo perdido.
Otras tantas veces, ya nada vuelve a ser lo mismo. Cómo cambiarían las cosas si todos pusieramos un poco de nuestra parte en vez de esperar a que la otra persona dé el primer paso... Pero bueno, siempre habrán personas y personas...
miércoles, 19 de julio de 2006
miércoles, 5 de julio de 2006
Ese lugar ..
Cuando era pequeña, teníamos un chalet en una urbanización de un pueblo cercano a mi ciudad. Era bastante grande y allí solíamos pasar los veranos (y algún fin de semana) mis padres, mi hermano, mis tios, mi primo y mis abuelos.
Me acuerdo de una charquita que teníamos con peces en el jardín. Había de todos los colores. Me encantaba darles de comer: cogía pan duro y lo frotaba contra las piedras de la orilla, haciéndolo migajas y viendo como los pececillos subían a la superficie para comer.
Por las mañanas, jugábamos un rato en el frontón o cogíamos las bicis e íbamos a una pequeña tienda que había en la urbanización para comprar el pan y algo de fruta (y de paso, nos comprábamos un helado). Otras veces, hacíamos los deberes que nos mandaban para las vacaciones, aunque eso sí, obligados por las mamás.
En el jardín, recuerdo a mi abuela, le encantaba arreglarlo. Cuando encendía los aspersores, allí estábamos nosotros para corretear por el cesped y refrescarnos un poco. A veces se enfadaba porque le pisábamos los rosales (y más de una vez nos pinchamos con las espinas). También nos hacía paellas a la leña en un paellero que había a la parte de detrás. Estaban tan buenas...
Después de esperar el tiempo correspondiente para hacer la digestión y mientras las mamás descansaban un rato viendo la televisión, nos poníamos nuestros bañadores y nos tirábamos a la piscina. Allí podíamos jugar durante horas. Luego, salíamos y nos secábamos al sol, en el borde de la piscina. Me gustaba meter la mano dentro y juguetear con el agua. Una vez secos, merendábamos y nos entreteníamos con cualquier otro juego hasta la hora de la cena. A veces, salíamos a la parte de fuera con mi abuela para esperar a nuestros padres y al yayo, que venían de trabajar en una furgoneta blanca.
Después de cenar, nos subíamos los nueve a la parte de arriba y veíamos un poco la tele y, más tarde, nos íbamos a dormir y hasta el día siguiente...
Conforme nos fuimos haciendo más mayores las ganas de ir fueron disminuyendo y es ahora cuando me doy cuenta de lo mucho que lo hecho en falta. Dicen que no te das cuenta de lo que tienes hasta que lo pierdes, ¿no?. Ahora ya hace unos tres años que lo vendimos por motivos que no vienen al caso. Lo recuerdo con mucho cariño y la verdad creo que se quedó una parte de mí allí, sobretodo el recuerdo de mi abuelo. Sueño muchas veces con aquel lugar, lleno de altos pinos y cesped... quizá porque el día que fueron a recoger las cosas no pude ir, ya que me encontraba en un viaje con el instituto. Tengo la sensación de que se me olvidó algo allí y no pasa un día en que no me arrepienta de no haber ido, por mucho que me dijeran que no quedó nada.
He pensado en volver y verlo, pero creo que es mejor que no. Los nuevos propietarios han hecho algunos cambios y prefiero recordarlo como la última vez que estuve. Mi padre me dice que cuando nos toque la lotería volveremos a comprarlo a lo que yo le respondo con una sonrisa. Ojalá pudiera volver a oler el cesped recién cortado y esas rosas que tan bien cuidaba mi abuela... Ojalá pudiera volver a nadar en esa piscina, ojalá pudiera volver a columpiarme en ese columpio en medio del jardín... Ojala pudiera volver a pisar ese lugar...
Me acuerdo de una charquita que teníamos con peces en el jardín. Había de todos los colores. Me encantaba darles de comer: cogía pan duro y lo frotaba contra las piedras de la orilla, haciéndolo migajas y viendo como los pececillos subían a la superficie para comer.
Por las mañanas, jugábamos un rato en el frontón o cogíamos las bicis e íbamos a una pequeña tienda que había en la urbanización para comprar el pan y algo de fruta (y de paso, nos comprábamos un helado). Otras veces, hacíamos los deberes que nos mandaban para las vacaciones, aunque eso sí, obligados por las mamás.
En el jardín, recuerdo a mi abuela, le encantaba arreglarlo. Cuando encendía los aspersores, allí estábamos nosotros para corretear por el cesped y refrescarnos un poco. A veces se enfadaba porque le pisábamos los rosales (y más de una vez nos pinchamos con las espinas). También nos hacía paellas a la leña en un paellero que había a la parte de detrás. Estaban tan buenas...
Después de esperar el tiempo correspondiente para hacer la digestión y mientras las mamás descansaban un rato viendo la televisión, nos poníamos nuestros bañadores y nos tirábamos a la piscina. Allí podíamos jugar durante horas. Luego, salíamos y nos secábamos al sol, en el borde de la piscina. Me gustaba meter la mano dentro y juguetear con el agua. Una vez secos, merendábamos y nos entreteníamos con cualquier otro juego hasta la hora de la cena. A veces, salíamos a la parte de fuera con mi abuela para esperar a nuestros padres y al yayo, que venían de trabajar en una furgoneta blanca.
Después de cenar, nos subíamos los nueve a la parte de arriba y veíamos un poco la tele y, más tarde, nos íbamos a dormir y hasta el día siguiente...
Conforme nos fuimos haciendo más mayores las ganas de ir fueron disminuyendo y es ahora cuando me doy cuenta de lo mucho que lo hecho en falta. Dicen que no te das cuenta de lo que tienes hasta que lo pierdes, ¿no?. Ahora ya hace unos tres años que lo vendimos por motivos que no vienen al caso. Lo recuerdo con mucho cariño y la verdad creo que se quedó una parte de mí allí, sobretodo el recuerdo de mi abuelo. Sueño muchas veces con aquel lugar, lleno de altos pinos y cesped... quizá porque el día que fueron a recoger las cosas no pude ir, ya que me encontraba en un viaje con el instituto. Tengo la sensación de que se me olvidó algo allí y no pasa un día en que no me arrepienta de no haber ido, por mucho que me dijeran que no quedó nada.
He pensado en volver y verlo, pero creo que es mejor que no. Los nuevos propietarios han hecho algunos cambios y prefiero recordarlo como la última vez que estuve. Mi padre me dice que cuando nos toque la lotería volveremos a comprarlo a lo que yo le respondo con una sonrisa. Ojalá pudiera volver a oler el cesped recién cortado y esas rosas que tan bien cuidaba mi abuela... Ojalá pudiera volver a nadar en esa piscina, ojalá pudiera volver a columpiarme en ese columpio en medio del jardín... Ojala pudiera volver a pisar ese lugar...
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