Me sentía dichosa. Dichosa porque alguien, porque él hubiera puesto sus ojos en mí. Hipotéticamente, pues nos conocimos por internet. Primero, dudas. Dudas porque la distancia es muy traicionera y hace mucho daño. Pero cuando dos personas sienten algo, es fácil distraerla. Y lo hicimos durante un año y unos meses. Hasta que me armé de valor y me subí a ese autobús que me llevaría hasta sus brazos. Fueron 3 días increíbles. Sentí miedo de que después de tantas esperanzas puestas en aquello, no funcionara. Pero desapareció cuando estuvimos juntos. Y, como todas las cosas de la vida, nada es para siempre: Tocó despedirse. Subí de nuevo al autobús que me devolvería a mi ciudad y lo ví marcharse. Mis lágrimas no cesaron en todo el viaje.
A los tres meses volví. No podía esperar ni un minuto más. No podía esperar a que él pudiera venir. Necesitaba sus brazos, sus besos, su olor, su sonrisa .Unos días y de nuevo la despedida, las lágrimas en la estación y la incertidumbre de no saber cuándo sería la próxima vez, si es que la había.
Como podéis imaginar, no la ha habido. Sus promesas se quedaron y siguen quedándose en meras palabras. Sus te quieros ya no tienen, ya no pueden tener el valor que tuvieron. No merezco el trato recibido después de darlo todo por él. No quiero más desprecios sin merecerlos, no quiero más palabras que caigan en saco roto. "Iré", "Nos veremos pronto", "Tengo ganas de besarte", "Te quiero"... No, no mientas. No mientas más. Deja que me pierda por el camino de mi vida y no quieras acompañarme con promesas. Acompáñame con hechos, tócame, mírame, dímelo. Dímelo, pero a los ojos. Y, sino, déjame recoger los pedacitos que has hecho de éste corazón, deja de pisotearlo.
Y lo peor... lo peor no es eso. Lo peor es que, en el fondo, sigo creyéndote. Sigo creyendo que vendrás, que demostrarás lo que todavía aún no has demostrado, después de DOS años... Pero qué voy a hacer yo, si como bien dijiste, sólo soy un intento de princesa...