
En unos días, los mediodías, acompañados de los calurosos rayos del sol, llenarían de sonido y de ese olor a pólvora tan característico la plaza del Ayuntamiento. Los monumentos de madera, corcho y cartón, llenos de colorido, se alzarían en mitad de las carreteras, esperando a ser observados y, finalmente, abrazados por el fuego.
En unos días, las calles se vestirían de tradición y, bailando al son de la música, acompañarían a esos ojos cargados de ilusión que se dirigirían hacia la plaza de la virgen de los desamparados, cuyo manto iría completándose con esa capa de flores que impregnaría el aire con su olor y dónde los deseos y lágrimas de tanta gente se unirían por unos momentos. Y por la noche, las luces se desvanecerían para dar paso a formas y colores que se harían dueños del cielo.
Y esos días finalizan hoy. Y tendremos que esperar al año que viene para ver toda Valencia inundada de color y sonido.